La plebe de Filipos se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados ordenaron que los desnudaran y que los azotaran con varas; después de molerlos a palos, los metieron en la cárcel, encargando al carcelero que los vigilara bien; según la orden recibida, él los agarró, los metió en la mazmorra y les sujetó los pies en el cepo.
A eso de media noche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los presos los escuchaban. De repente, vino un terremoto tan violento que temblaron los cimientos de la cárcel. Al momento se abrieron todas las puertas, y a todos se les soltaron las cadenas. El carcelero se despertó y, al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pero Pablo lo llamó a gritos, diciendo: «No te hagas daño alguno, que estamos todos aquí».
El carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas; los sacó fuera y les preguntó: «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?». Le contestaron: «Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia». Y le explicaron la palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. A aquellas horas de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos; los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios.
«Passions and Fantasies for solo piano» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Cada mañana
me sumergiré en Ti,
agua de la vida,
antes de ser vaso,
nutriente en el surco,
juego en la fuente,
sosiego en el lago.
Cada mañana
me afinaré en Ti,
Palabra del Padre,
antes de ser susurro al oído,
discurso en el aula,
anuncio en el viento,
silencio en la escucha.
Cada mañana
me orientaré en Ti,
camino del Reino,
antes de ser paso en la calle,
ruta en la frontera,
pausa en la espera,
salto en el aire.
Cada mañana
me reposaré en Ti
sabiduría encarnada,
antes de ser
vigilia en el sueño,
flecha en el arco,
sutura en la herida,
cansancio en tu mano.
Cada mañana
me miraré en Ti,
imagen del Padre,
antes de ser
alegría en el rostro,
fuerza en los brazos,
caricia en los ojos,
luz en el barro.
(Benjamín G. Buelta, sj)